Saturday, April 02, 2011

Sangre atleta


Primavera, mollas fuera. De esta manera debió pensar El Filósofo cuando salió de su madriguera engalanado con una musculosa raída y un short de elástico en busca de sosiego bajo el sol de mediodía.

El parque, mi caldo de cultivo, se dijo. Y contempló al gordo con las tetillas relucientes, vibrando al ritmo de una pachanga dantesca; a la madre soltera de chándal negro y gafas de sol con el yogur en la mano mientras su angelito rubio devora colillas en el arenal; o a las niñatas de voz de acetona, con sus trapos caros y las gafas de aviador.

El Filósofo observa y afirma. Así está bien, perfectamente. Y posa las yemas de los dedos sobre su sien y medita una sonrisa que se traduce en un gesto manso. Nadie repara en su presencia, pero él pasea por todos y asegura el sol a los labriegos y a los chicos perfumados del café Manhattan.

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