Friday, April 15, 2011

El don


Me acuerdo de muchas cosas. La memoria me mantiene vivo y hace que me eche de menos cuando creo que no soy yo mismo. La quiero, me refugio en ella. Busco antiguos compañeros en internet, sigo jugando con las matrículas de los coches, ubico mentalmente a mis exalumnos en sus clases y pronuncio sus nombres; edito un libro raro mezclando diálogos y personajes, historia y situaciones cualquiera.

La cadena de imágenes no se detiene. Acepto y asisto con indolencia a la enajenación tan deseada: olores agresivos, vergüenzas y enigmáticas esperas para contar despacio y solo durante horas, para sonreírle con ojos de lunático recién llegue a casa del trabajo y sorprenderla con un rubor del pasado. Y uno se crece y pone un huevo.

Todo esto revela la inmediata página en blanco. Las imágenes de la memoria, exóticas y seductoras, niegan palabras que las describan con precisión. Sin embargo, las buenas palabras caen por sí solas del árbol y, después de cierto tiempo, responden a ese orgullo con miles de imágenes convertidas en otras tantas por otros tantos lectores. Y se parecen o no y son tan ficticias como reales.

El vigor de la memoria es la palabra. No permitas que la imagen te convierta en un fanático.

La foto, un recorte, un gran hombre se enfrenta a una enigmática espera.

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