Tuesday, January 27, 2009

Recordatorio


Ahora las madrugadas vuelven a ser mías. Regreso a mi infancia escuchando Lady In Red de Chris De Burgh: los largos viajes cruzando el país de punta a punta, el olor de mi almohada y los días de judo en invierno.

También en largas noches miro los mapas. Ésos. Leo más cosas sobre los desiertos, los de hielo y los de arena. Ésos. Y durante horas busco vuelos que no voy a tomar. Me imagino aterrizando en Barrow uno de esos 65 días sin luz o llegando casi sin fuerzas a un pueblo de Mongolia, donde me dan leche de cabra y cobijo en una casa circular.

En demasiadas ocasiones muestro una actitud muy honesta, y me sorprende. 

Wednesday, January 21, 2009

Om


Yo nunca había estado en un templo hindú.

Es una bandeja circular, dorada y con una vela. Al final de la ceremonia, me pongo en la fila. Cuando llega mi turno, coloco un dólar en el platillo y hago movimientos circulares. A la tercera vuelta, más o menos, paro. Entonces cubro la vela con la mano, que enseguida me paso por la cabeza.

Los plátanos, las piñas y las manzanas frente al brahmin.

Doy vueltas en el interior del templo. Veo las figuras de los dioses, muchos de ellos de tez oscura: herencia sureña. Les toco los pies. Él me cuenta historias de cada uno.

El hombre con dibujos en la frente, de pie frente a la multitud, me da la bendición: me acerca otro platillo dorado con una vela con el que él previamente ha practicado los movimientos circulares. Yo vuelvo a cubrir la llama y a pasarme las manos por la cabeza. Luego se gira y toma una especie de sombrerito metálico de forma cónica que posa sobre mí durante unas décimas de segundo. Se vuelve a dar la vuelta. Vierte en mis manos leche con azúcar de un cazo minúsculo. Me la bebo. Me ofrece una servilletita y, justo cuando termino de secarme, me sirve almendras y uvas pasas.

La comida en el piso de abajo, donde todos nos reunimos en grandes mesas circulares para hablar de las nuevas generaciones, sin atragantarnos con el arroz, las lentejas, el yogur y las verduras al curry. De postre, shahi kheer demasiado dulce (cómo no) y buen té.

Thursday, January 15, 2009

La caló


Ponga esto en funcionamiento a la vez que lee.

Acabo de regresar de un paseo de veinte minutos por el campus de esta universidad ubicada en "un lugar bastante cuelgue". Había coches parados en medio de la carretera porque habían dicho basta. Al volver a casa, se me saltaban las lágrimas (convertidas en hielo) porque los dedos estaban a punto de dejar de dolerme bajo los tres pares de guantes que llevaba puestos. 

Dicen que es el día más frío desde 1996. Sólo sé que hoy, Weather.com señala temperaturas que oscilan entre -30 y -33ºC, y que con el viento se llega a los -40. La cámara de fotos se me ha petrificado, aunque empieza a responder, y he jugado a congelar camisetas en el balcón con un compañero de piso: en un minuto, después de mojarlas, se quedan como auténticas tablas.

Invierno, más. ¡U poco de rebuhito, po favó!

Sólo reza


Avanzábamos despacio sobre la nieve del aparcamiento, montados en ese school bus cristiano con destino a la salvación, a ese edificio monstruoso con un auditorio para más de 7.500 personas, cafeterías y restaurantes, jardines de infancia y enormes pantallas de televisión. Ahí iban a acabar con mi dolor.

El pabellón estaba a reventar: el patio de butacas y los tres anfiteatros, completos. En el escenario, un tipo joven hablaba de cómo veía a Dios a diario en su trabajo de carnicero. Un negro sentado frente a un piano de cola acompañaba con música lacrimógena el testimonio. Mi cara, mi cara. Alguien me dijo al oído: "Aquí sólo somos cristianos". Abandonamos el auditorio cuando la banda de música (una solista, dos vocalistas con sus guitarras, un bajo, un batería, tres coristas y el amigo negro del piano) comenzó a hacer bailar a la multitud.

Buscamos desesperadamente la salida, pero nos topamos primero con la "Sala de oración", donde cientos de personas clavaban sus ojos en las televisiones colgadas del techo. Estaban retransmitiendo la obra de teatro que representaban un padre y un hijo en el escenario del auditorio. El decorado era de película. Yo tenía ganas de hacer pis.

Los últimos dos minutos en aquel xanadú de entusiasmo suicida los dedicamos a recoger folletos sobre la (terrorífica) comunidad de Willow Creek, sobre las reuniones que mantienen algunos de sus miembros en cafés de la zona y sobre el taller "Familia Van Gogh: para familias y amigos cuyos seres queridos tienen una enfermedad mental".

Yo sólo me había levantado aquel domingo por la mañana. Y ellos sólo eran cristianos.
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