Wednesday, August 29, 2007

Decibelio mortal y rosa


Mido el aburrimiento en decibelios porque incluso me aburro de medirlo en tiempo. Y porque es una táctica más precisa: cuando se está entretenido, el oído selecciona los mejores registros sonoros del día y no deja lugar para el ruido. El sonido queda entonces confundido con el resto de percepciones sensoriales, también camufladas entre ellas. Sin embargo, el aburrimiento destapa un corral en el que faisanes, aviones y compresores rotativo-helicoidales ensayan una atronadora orquesta equivalente, donde la vida marcha a ritmo de teclados de periodistas. Uno repara entonces en la intensidad del sonido, en esa relación extraconyugal absurda entre aburrimiento y ruido, ambos sin pareja.

Por eso uno se divierte si no oye nada, porque todo es una borrachera multimedia. Cuando uno se aburre, resulta que ve, oye, toca, huele y es capaz de sacar cierto sabor a las cosas.

Mañana empezaré a medir el aburrimiento con fotonoticias.

Saturday, August 25, 2007

15 de agosto de 1947


Cariño, creo que he ganado. Después de caerme del elefante, me dijeron que había cruzado "satisfactoriamente" (declaración facilitada y patrocinada por Coca-Cola) la línea. Ahora tengo un fusil empujándome la nuca hacia el teclado. Pienso que por qué no me olvidé de este viaje a tiempo.

No sé si esta carta tiene algún sentido, pero prométeme que algún día montarás en elefante.

Thursday, August 23, 2007

Carrera de perros


Anteayer, cuando volvía a casa, me cayó una gota de agua de una gotera entre la gafa izquierda y el ojo. Tuve una revelación: que, cuando a la noche siguiente saliera a ese bar de drogadictos y prostitutas, conseguiría domesticar a un navajero dándole un abrazo. Justo en ese instante tendría otra revelación más: que esta mañana me pondría la alarma a las 12:23 y que abriría los ojos a las 12:22, miraría el despertador y, siguiendo el ritmo de los dos puntos parpadeantes entre el 12 y el 22, contaría 23 segundos hasta que el 22 se convirtiera en 23. La siguiente sería la revelación máxima.

Hace un rato, mirando la sección local del periódico donde trabajo, comprobaba que todo era cierto. Resacoso perdido, doliéndome el corazón, descubría que mañana Paulo Coelho cumple 60 años. Para mí no se alinearon los planetas ni se iluminó de morado mi séptimo chakra, pero Paulo, veía tu perilla blanca de sabio maestro por todas partes.

Dios, qué días de Adviento.

Wednesday, August 15, 2007

Desconexiones y otras ataduras de la mente


Hacía viento, escuchaba la parte allegro con fuoco de la Sinfonía nº9 en Mi menor, la "del Nuevo Mundo", y tenía ganas de hacer pis. Me sentía poderoso y cerca de los acentos de Dvořák, así que me paré en medio del polígono industrial, justo al lado de una planta de reciclaje, y me bajé la cremallera. Cerré fuerte los ojos y vi en las brumas de dentro de mis párpados a un señor gordo, borracho y con los dientes amarillos. Aquél no era Orson Welles, me dije, le faltaba el puro y los devaneos mentales. Pero el señor gordo combatía contra algo en la noche.

La música cambió, o fue mi cabeza la que me hizo pensar en soldados napoleónicos pegándose tiros educadamente. Todos eran franceses rubios y con bigotito fino, y exclamaban "¡oig!" cada vez que la metralla les destrozaba el pecho. Corrían cándidos hacia el enemigo, levantando patéticamente las rodillas casi hasta el pecho. Se oía el "oig, oig" y el sonido de los mosquetes en clave aguda. ¡Pero que se estaban matando!

Me miré las zapatillas y comprobé que me las había meado con la última metralla. Arrugué la nariz, dejé tonta la mano derecha y se me escapó un "¡oig!".

Sunday, August 12, 2007

Saturday, August 04, 2007

Bewildered


"Porque tu infancia fue desastrosa, feliz y desconcertante. Por eso hay un lugar para ti. Te esperamos".

Después de leer el cartel, pensé que podría ser sensato por una vez y entrar. Así que dí un par de caladas más al cigarrillo mirando la palabra desconcertante, me animé y resolví por empujar la puerta con los dedos. Sin embargo, enseguida retiré la mano y arqueé las cejas. Me asusté, pensé que aquello era un restringido club donde sólo me iban a hacer llorar. Además, seguro que había chinos jugando al mahjong sentados alrededor de una mesa redonda y roja, bebiendo maotai y fumando sin parar. Podría ser demasiado.

Empezó a llover, así que actué rápido: arranqué el cartel de papel, lo arrugué y me lo metí en la bragueta. A continuación me palpé la cara y me hundí los ojos con los dedos: yo aún seguía existiendo.
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