Monday, April 30, 2012

En realidad


Lleva varias semanas así, el cielo gris y los abuelos nerviosos por si les cae el diluvio en mitad de su esparcimiento. Yo, sin embargo, me entrego a la lluvia, le canto y la bebo mientras paseo despacito con la bicicleta. El pantalón del chándal empapado y las manos sagradas de agua. La mística de los reflejos mercuriales del asfalto, donde uno también ve que el semáforo sigue en rojo. Un suspiro. Qué sé yo, mil cosas.

Verde. Lento, no hay prisa. Paraguas silenciosos, cafeterías cerradas, poco tráfico y un alud de pensamientos que quizá no signifiquen nada, pero que le hacen sentirse a uno bastante arropado. Y ahí va, con la capucha calada y hasta los ojos, rodando con flema o prepotencia, disfrutando de los latidos de su corazón, hilvanando enumeraciones sencillas y dejándose definir. Alejémonos un poco más. Nuestra cámara se coloca en picado y sigue al ciclista hacia el fondo de la avenida. La imagen es ahora un gran plano general: el mercurio engulle a nuestro personaje y lo funde con la lluvia. Rodábamos una película.

La foto la he sacado de Internet. ¿De quién es?

Wednesday, April 25, 2012

Tic


Levántese tarde, al menos después del mediodía, y sienta que tiene que recuperar el tiempo perdido en el sueño. Enchúfese tres cafés y páselos a cámara rápida: un, dos, tres. Abra mucho los ojos, introduzca papeles en sobres, corra a las oficinas y a los comercios o piense que hace algo para mantener el mundo en movimiento. Vista mal, serpientes y escaleras, acelere que no sobra ni un segundo. Muévase tan aprisa que sus articulaciones comiencen a rechinar y su silueta acabe por desmembrarse para que la cabeza deje de molestar a sus piernas. Su cuerpo se liberará y se repartirá por las calles de esta historia.

Espere la noche y obedezca. Usted no es dueño de nada, usted vence sin saberlo: todo son buenas noticias.

La foto es de B., de A. y mía y de todos y corre.

Saturday, April 21, 2012

Vizinhança

Aquí en el barrio se está bien. Nuestra casa hace esquina, la pequeña tapia que cierra el patio es amarilla. Hace sol la mayor parte del año y en algo más de una hora de caminata se llega a la playa. El viejo Luiz vende bananas bastante golpeadas al otro lado de la calle. Cuando paso frente a su puesto me llama para contarme una vez más la historia de cómo Sócrates le regaló su camiseta de la selección antes de viajar a España por lo del mundial. Yo le contesto que tengo una hija pequeña, aunque no estoy seguro, y que si quiere la podemos llamar Amarela.

Yo adoro, yo adoro; de qué proporciones me hablan, si vivo tranquilo. Invítame a esa limonada que nos debemos, mientras huelo ese pelo tuyo que no es rubio pero que pensaremos que es rubio para así volvernos razonablemente locos.

Tuesday, April 17, 2012

Para el desexilio II



E ali dançaram tanta dança que a vizinhança toda despertou
E foi tanta felicidade que toda cidade se iluminou
E foram tantos beijos loucos, tantos gritos roucos como não se ouvia mais
Que o mundo compreendeu, e o dia amanheceu em paz

Me quedo con esa estrofa, aunque merece la pena prestar atención a todas. Me las administro por vía hipotalámica para que generen los químicos pertinentes. Soy alguien preocupado por su salud, y por eso sigo las instrucciones de mi farmacéutico: dosis auditiva opcional, dosis mental forzosa.

Aunque los chamanes de tu ciudad insistan en una mayéutica de mierda para que te apuntes a sus talleres y te palpes la frente en busca de un bulto morado; aunque tus más allegados no se expliquen por qué no te vale con complicarte (y complicarles) la existencia solo un poco; aunque, por fin, la gente te juzgue con razón, prueba que ha merecido la pena, que puedes fundirte entre la multitud, que existes pero no estás, que escribes todas esas expresiones que todo el mundo emplea y que ya no dicen nada. Que no eres. ¿Qué?

Ahora no recuerdo de qué página saqué la imagen del álbum, pero gracias a quien la creó. Y así.

Saturday, April 14, 2012

Para el desexilio


Cuanto más quiero escribir, más necesito no hacerlo: suena a justificación, a desear otras cosas y no deber quemarse. O no poder y no poder escribir... Quizá sea el miedo a dejar testimonio o una vanidad enfermiza. El autoexilio, o estos pocos renglones, sirvan de tímido ejemplo.

Giré la cabeza. Dijo: "¿Qué gracia, me dice? Ahora le traigo, espere. La ceremonia forma parte de la idiosincrasia local. Déjeme que lo ayude. Insisto, no se preocupe: nosotros nos encargamos de su cadáver. Si desea quitarse la vida, se ha puesto en las mejores manos".

La imagen es de hace algo más de un mes, de Nueva York, de B.
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