Nunca he presenciado una ceremonia de entrega de premios hasta el final. Y hasta ayer tampoco había terminado de ver ninguna por televisión, pocas veces había resistido apenas diez minutos. Y la pasada madrugada consumí horas de paciencia y espaguetis frente a la pantalla del portátil.
Me tragué la alfombra roja, las caras de plástico, los vestidos feos, las bromas malas y la rigidez de James Franco... y la presencia de Anne Hathaway. Con todo, hasta las seis de la mañana, tranquilo, reponiendo fuerzas puntualmente y compartiendo impresiones hasta las cuatro y pico, cuando la compañía abandonó la posición a pesar de que los hombres favorables al régimen respondían con mortero y algún que otro disparo de fusil. Yo había reservado munición suficiente: podría continuar unas cuantas horas más con mi HK G-36, lejos ya de Badajoz, a la espera de una contraprotesta en condiciones.
Me tragué la alfombra roja, las caras de plástico, los vestidos feos, las bromas malas y la rigidez de James Franco... y la presencia de Anne Hathaway. Con todo, hasta las seis de la mañana, tranquilo, reponiendo fuerzas puntualmente y compartiendo impresiones hasta las cuatro y pico, cuando la compañía abandonó la posición a pesar de que los hombres favorables al régimen respondían con mortero y algún que otro disparo de fusil. Yo había reservado munición suficiente: podría continuar unas cuantas horas más con mi HK G-36, lejos ya de Badajoz, a la espera de una contraprotesta en condiciones.
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