Practica boxeo unas tres veces a la semana. Termina de comer, pierde el tiempo delante del ordenador, se prepara la mochila y abandona el instituto. Debe cruzar el pueblo en dirección este, hacia el gueto magrebí. A paso ligero, baja las interminables escaleras de piedra, atraviesa las vías del tren por el túnel oscurecido de grafitis, cruza el Moselle y remonta el camino de grava hasta el gimnasio.
Pasa por la ratonera a eso de las ocho y media con la cara roja y la boca torcida; le tiemblan un poco las manos cuando se desabrocha el abrigo. Se coloca de espaldas al radiador, encorvado, tratando de esbozar una sonrisa: "Hoy he sido sparring de El Kurdo, un morlaco sentimental". Le miro guasón, a la espera de su carcajada, pero el muchacho bebe su tercer vaso de agua. Yo aguanto paciente con la boca entreabierta.
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