Compra un vuelo.
Despierta al día siguiente recordando un viaje de hace mucho tiempo. Sigue tumbado en la cama, cierra los ojos y rectifica hasta que encuentres una postura cómoda. Controla tu respiración o déjate llevar. Notas una sombra en la laringe, quizá no, pero ya sufres un ataque de tos. Y te acaban llorando los ojos mientras masticas nada en la boca. Ve a lavarte, piensa que todavía debes comprar varios billetes de tren y que has de buscarte alojamiento gratuito, en aras de llamarte viajero y no turista.
La cama. No la hagas hasta la noche, y sólo si sabes que la vecina va a llamar a tu puerta y a mirar por encima de tu brazo apoyado en la jamba cuando te pregunte por qué tienes esa cara.
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