Sunday, July 17, 2011

El barro sobre la página


Repasé mentalmente las sensaciones al leer uno u otro libro, novelas casi todos, que he devorado en lo que va de año. Y ahora, con 2666, todavía a unas 800 páginas del final, me atrevo a decir que se quedará en un pasatiempo. Entiendo que sea un superventas.

Me decepciona leer novelas que le llevan a uno de la mano, y de una acción a otra. Vocabulario exiguo, pensamientos fromulados desde la oralidad o putas, drogas y asesinatos. Que bien, pero no para mí. Prefiero interminables diálogos entre pedagogos e ingegneri, o seguir de cerca la evolución de las debilidades y las ambiciones de un personaje durante mil páginas. Una novela para poder leerla en el futuro de una manera distinta y  descubrir lo que uno descuidó o no llegó a saborear por completo; convertirse de nuevo en esa materia transparente que ocupa cuerpos de viejas y niños, religiosos y soldados y burgueses trashumantes, que piensan con neuronas modeladas a  machetazos o a bisturí y mezclan la pedantería con la salvajada y el amor, como si fueran dueños de sus actos o existiera una fuerza mayor que los atenazara y los transformara en marionetas.

Expreso mis pensamientos de forma imprecisa, lucho contra una impulsividad educada que lanza sobre mi cerebro decenas de ideas a la vez. Como resultado, ahí tienen la prueba en el párrafo anterior, en el que apenas justifico qué es lo que diferencia 2666 de las novelas que realmente me gustan. Madre, conviértame en un impostor de renombre internacional.

También soy bastante hortera: no puedo creer que haya estado escuchando Lucky (Lucky Twice) a todo volumen mientras escribía esta entrada. No me voy a defender. / A. tomó la foto ayer, en una famosa ciudad de la Costa Azul.

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