El lunes monté en bicicleta por vez primera este año. Una Peugeot de mujer, fierro total, sillín generoso y amortiguado, doce velocidades, freno delantero de llanta y trasero de tambor (ahí encerrado, lastimero, haciéndome las piernas de granito) gomas nuevas y puños muy incómodos. Ella vino pletórica del mercadillo: "¡15 euros! ¡Y rueda!".
Juro que salí a probarla por el pueblo, a afinar el oído al cricricri de los cambios, a disfrutar del sol inaugural. Sin embargo, cuando tomé cierta velocidad la brisa victoriosa envalentonó mi figura, y me erguí y sonreí y sobre mis muslos cabalgaban dos revólveres. Dos horas más tarde, un bicho matalón se recomponía sobre el biciclo, con ayayáis implorando un traguito de agua, ya al lienzo celeste, ya a la mugre del canal.
Y hoy, de nuevo. Pero apenas un paseo por los alrededores.
La foto, el manillar.
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