Ayer por la noche festejamos a gran escala, y agasajamos a los amigos con jamón, bonito, paté y otras honorables viandas. Habíamos planeado visitar hoy Metz, pero la molicie manda y las campanadas de mediodía nos pillaron haciendo ratatouille en el baño o calentando el agua para el té. En otra ocasión.
Diversificamos planes. Yo me decanté por un paseo bajo el atípico sol vosgiano. Armado de bocata, cocacola y mandarina, enfilé el camino que lleva hasta las ruinas del castillo local. Paseé despacio y salté sobre algunas rocas con notable orgullo simiesco, ante la reprobatoria mirada de un padre sensato con su casco sensato, apoyado en su bicicleta sensata (pulcra, de color blanco dañino y saturada de reflectantes, y con el triángulo y la bomba en el cuadro). Vi llamas, jabalíes o avestruces en una pequeña reserva animal anexa y conseguí distinguir cuatro tipos de acebo a los lados del sendero circundante.
Vuelta a casa, jugaban al fútbol en La Colombière y nubes y claros, ráfagas de viento.
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