Wednesday, January 21, 2009

Om


Yo nunca había estado en un templo hindú.

Es una bandeja circular, dorada y con una vela. Al final de la ceremonia, me pongo en la fila. Cuando llega mi turno, coloco un dólar en el platillo y hago movimientos circulares. A la tercera vuelta, más o menos, paro. Entonces cubro la vela con la mano, que enseguida me paso por la cabeza.

Los plátanos, las piñas y las manzanas frente al brahmin.

Doy vueltas en el interior del templo. Veo las figuras de los dioses, muchos de ellos de tez oscura: herencia sureña. Les toco los pies. Él me cuenta historias de cada uno.

El hombre con dibujos en la frente, de pie frente a la multitud, me da la bendición: me acerca otro platillo dorado con una vela con el que él previamente ha practicado los movimientos circulares. Yo vuelvo a cubrir la llama y a pasarme las manos por la cabeza. Luego se gira y toma una especie de sombrerito metálico de forma cónica que posa sobre mí durante unas décimas de segundo. Se vuelve a dar la vuelta. Vierte en mis manos leche con azúcar de un cazo minúsculo. Me la bebo. Me ofrece una servilletita y, justo cuando termino de secarme, me sirve almendras y uvas pasas.

La comida en el piso de abajo, donde todos nos reunimos en grandes mesas circulares para hablar de las nuevas generaciones, sin atragantarnos con el arroz, las lentejas, el yogur y las verduras al curry. De postre, shahi kheer demasiado dulce (cómo no) y buen té.

1 comment:

eresfea said...

Círculo.

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