
Me abren un párpado, luego el otro. Me levantan de la cama y me ponen medio litro de leche en un vaso y dos albaricoques en la boca. Me lavan los dientes y la cara. Me meten un bolígrafo negro de Industria Argentina en el bolsillo izquierdo del pantalón; en el derecho una tarjeta pintarrajeada que sirve para entrar en una facultad. Me sacan a la calle y me llevan hasta el asiento de una clase de entre varias que hay en esa facultad. Me colocan en la mano derecha el bolígrafo negro de Industria Argentina, que rellena un examen.
Me arrastran a la cafetería que hay en esa facultad y me canjean cerveza por dinero. Me guían a un supermercado y me vuelven a canjear cerveza por dinero; cerveza que va canjeando neuronas por "vol". Me acercan a casa, me sirven un plato de arroz y algo más, me echan al parque y me traen de vuelta.
(El momento culmen lo provocaron en 18:19 p.m., cuando la sonrisita de un vinilo de Elton John parecía hacerse gigante. Mientras, su Rocket man celebrando un día consciente y precioso)
2 comments:
Dejémoslo en consciente.
Bueno, algo de razón llevas: de la terapia uno siempre se da cuenta, sí.
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