Wednesday, August 15, 2007

Desconexiones y otras ataduras de la mente


Hacía viento, escuchaba la parte allegro con fuoco de la Sinfonía nº9 en Mi menor, la "del Nuevo Mundo", y tenía ganas de hacer pis. Me sentía poderoso y cerca de los acentos de Dvořák, así que me paré en medio del polígono industrial, justo al lado de una planta de reciclaje, y me bajé la cremallera. Cerré fuerte los ojos y vi en las brumas de dentro de mis párpados a un señor gordo, borracho y con los dientes amarillos. Aquél no era Orson Welles, me dije, le faltaba el puro y los devaneos mentales. Pero el señor gordo combatía contra algo en la noche.

La música cambió, o fue mi cabeza la que me hizo pensar en soldados napoleónicos pegándose tiros educadamente. Todos eran franceses rubios y con bigotito fino, y exclamaban "¡oig!" cada vez que la metralla les destrozaba el pecho. Corrían cándidos hacia el enemigo, levantando patéticamente las rodillas casi hasta el pecho. Se oía el "oig, oig" y el sonido de los mosquetes en clave aguda. ¡Pero que se estaban matando!

Me miré las zapatillas y comprobé que me las había meado con la última metralla. Arrugué la nariz, dejé tonta la mano derecha y se me escapó un "¡oig!".

1 comment:

eresfea said...

Hay música en las buenas meadas, siempre lo he defendido. Y pocas oberturas tan plenas como las de una cremallera.

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