
A las seis de la mañana, hablando por teléfono; discutíamos sobre dinero. Yo sólo pensaba que el monto hacía un total de más de once mil dólares. "¿Quieres dejar de hablar así?", me gritó. Yo le contesté que las partidas de fondos destinadas a cubrir las mensualidades resultaban insuficientes. En ese momento, su voz se fundió con cientos de billetes que empezaron a salir de mi auricular; la cara pusilánime de Jackson me miraba una y otra vez, recordándome la viruela y los horrores en el campo de batalla. Mi habitación se llenó de enfermedades y guerras en forma de dinero, que salía caudaloso del teléfono.
Juro que no podía oír su voz, que la estaba perdiendo, que todo tenía que ver con un fallo en la línea telefónica, que nadie hablaba de dinero. Pero sonó el teléfono de nuevo y descolgué. ¿Diga?