–Sí, estoy de acuerdo. Pero no de esa manera.
Ahí comenzaron los malentendidos y un cierto desarraigo, como si quisiera comprar una camisa y saliera de la tienda con una gabardina hecha jirones. Recibía mensualmente un sobre con diez costumbres sociales de cada país del mundo, escritas a mano y en la lengua del lugar. Aprendió docenas de idiomas, viajó a millones de pequeños desiertos y a algunas minúsculas aglomeraciones, se ganó la vida como trabajador. Consiguió convertirse en un adulto, pero entonces siempre abandonaba los almacenes con camisas inmaculadas: a nadie le quedaban esas gabardinas rotas que siempre había pedido.
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