Thursday, June 28, 2007
La fábrica de sueños
Prometo que seré un fracasado, prometo que lloraré por teléfono. Te sonreiré al ver el desierto, señalaré el horizonte y te diré que no existe porque también está hecho de arena. Todo es desierto, cariño, un muro de dunas interminable. Y no hago más que releer lo de los cazas sirios hacia los Altos del Golán. Qué triste es todo, pero ni siquiera se me salta una lágrima.
Nos estás volviendo locos, hija de puta.
Wednesday, June 27, 2007
Para la mamá de Inqui
Si tú supieras. Siempre escucho South of the border cantada por Patsy Cline: lo hace mucho más lastimero. Enseguida me imagino el desierto, el mediodía y las cigarras, y Carolina morning de Hopper. A veces pienso lo de qué estúpidas ansias de libertad.
Cuando miro por la ventana, lo primero que veo son las marcas de las gotas de lluvia en el cristal. Luego, sin querer, todo me parece equivalente y fruto de la precipitación, no sé de cuál. Y fabrico frases cortas para explicarme. Qué viejo, me digo. De nuevo, miles de imágenes aparecen en mi cerebro: son perfectas y ágiles, pero inevitablemente aleatorias. Yo tampoco entiendo nada, y me canso.
Monday, June 25, 2007
De título homónimo
२० --------------------------------------------------------------------------------
Nunca pasó nada aquí [20]. En realidad, H.Q. Industria quiso abrazarme dentro de mi Ford [19]; las madres asustadizas iban en pelota picada por la calle (unas frescas, lo que yo te dije), y nada de tener miedo a que hablaran del alcoholismo de sus hijas [18]; todo lo que cuento es verdad [17]; Edgar fue un niño con un timbre de voz normal que gozó de una infancia feliz [16]; joder, sí, estuve a punto de mearme en una academia militar [15]; "Cof, cof", sugirió Helmut [14]; no hay enano que por bien no venga, o algo así (¿?) [13]; desde que desayuné el Día D Huevos Fritos HF soy el Inútil I en la Ciudad C [12]; la palabra clave era sarasa [11]; el hámster era todo un atleta [10], y él y el pájaro [9] se casaron y tuvieron hamspollos, que no pollámsters (yo me abstengo de la gracieta, joven); la chica no lo arregló jamás [8]; no tengo ni idea de qué decir sobre el del yeso [7]; aquel niño fue el que me condenó a escribir este interminable post [6]; si Mousiké lo leyera... pero nada que ver, ¿eh? [5]; al anciano le faltó el aire, allí mismo, clavándome sus ojos translúcidos [4]; por aquellas idas y venidas en coche entre Missouri e Illinois [3]; probé el café a la edad de 21 años, seis meses y nueve días [2]; cutre al revés es Ertuc, seguro que futuro futbolista rumano de renombre internacional [1].
Dios, qué hastío.
१९ ---------------------------------------------------------------------------------
Una vez conocí a un tipo. Se llamaba H.Q. Industria. Vete a saber qué quería decir la hache, y menos aún la cu. Yo le llamaba Industria de todos modos.
Nos conocimos en un campo de girasoles: yo conducía bebido y debió ser que me cansé de ver mi coche rodar por la carretera. Dí un volantazo, crucé las manos detrás de la cabeza y sonreí de forma estúpida mientras oía el violento frfrfr de los girasoles golpeando la parte delantera del Ford. En un momento dado, también fruto de una decisión aleatoria, dejé de acelerar. A los pocos segundos me quedé parado en medio de girasoles. Bajé un poco la venanilla pero me pareció mala idea, así que enseguida la subí. No tenía nada que hacer salvo arrancar y volver sobre mis pasos, pero oh, dios aleatorio, no tenía ganas. "Preferiría no hacerlo". Y mientras me reía del pobre Bartleby, oí venir a alguien de entre los girasoles: cuando me quise dar cuenta, H.Q. Industria ya había roto de un puñetazo el parabrisas.
१८ ---------------------------------------------------------------------------------
Yo también se lo oí decir a alguien en la calle, era como una epidemia: las mujeres se giraban asustadas creyendo escucharlo, gritaban desesperadas, se cubrían la cabeza con pañuelos negros y se ponían gafas de sol para no ser reconocidas.
En aquella ciudad, las madres ya no mintieron más. Dejaron de proteger para protegerse ellas mismas. Esa voz a través del teléfono les taladraba la cabeza. Y él sólo lo dijo una vez: "Señora, que su hija no está mala, ¡lo que tiene es resaca!". Ahora, esa señora, la que escuchó por primera vez la voz, vuelve a oír de él: "Piratas del Caribe 3 es un pestiño de 3 horas de duración". La especie humana vuelve a tener miedo.
[Entrecomillados, hablados y escritos, robados sin permiso. Se sepa disculpar, señor(a).]
१७ ---------------------------------------------------------------------------------
Hay veces que no salen textos, sino secuencias. Las palabras resultan entonces una condena insufrible y las imágenes no son suficientes para mostrar algo que se debería haber vivido para saberlo. Lo que aquí se escribe es, entonces, ignorancia; la manera de contarlo, torpe.
Sin embargo, aún me quedan fuerzas para seguir mintiendo mal.
१६ ---------------------------------------------------------------------------------
El parto fue natural. La cabeza parecía que le estallaba. Comenzó a llorar cuando una ráfaga de viento entró por la ventana del paritorio. La brisa se coló por su garganta mientras le cortaban el cordón umbilical, y el llanto le salió ronco. Los padres se miraron y, casi al unísono, dijeron: "Bien, se llamará Edgar".
No había ido ningún familiar al nacimiento de Edgar. Dos minutos después, la madre pidió a la enfermera que quería estar a solas con su marido. El padre encendió un cigarrillo y le dio una calada a la madre. Edgar parpadeaba trabajosamente entre toallas, mirando. El padre se encogió de hombros mientras volvía a la ventana con el pitillo en la mano. Se giró un segundo, eso fue, un segundo, y vio a su mujer expulsar el humo. Apoyó las manos en el alféizar, miró al cielo y el sol le hizo contraer el gesto. Bajó la mirada y se vio la camisa demasiado arrugada. Qué diablos, había visto nacer a Edgar.
La madre sudaba. Edgar era un bebé feo, con demasiado pelo negro por toda la cara. Pero al menos no molestaba demasiado. La mujer suspiró y giró la cabeza hacia la puerta de la habitación, la enfermera se la había dejado abierta. Fuera había unos sillones grises y un acuario con un par de peces. Y un viejo gordo sentado.
Ella vio primero los zapatos negros, que bien podían ser de hace treinta años, pues el lustre era imposible de recuperar; los calcetines trataban de ser blancos pero sin fortuna: se quedaban en en una especie de beis polvoriento; los pantalones de traje, negros y arrugadísimos, con la bragueta abierta; las manos en tensión apuntando hacia los bolsillos; y una americana raída, triste y probablemente colgada en todos los locales nocturnos de la ciudad. El agua del acuario emborronaba la cara del viejo. A pesar de ello, consigió encontrar sus ojos de sapo, que la miraban fijamente. Antes de que un pez pasara por delante de su nariz excesiva, se dio cuenta de que el anciano tenía la cara anormalmente morada. Todo era horrible. Y la mujer chilló.
El padre tiró el cigarrillo por la ventana y se giró bruscamente; la enfermera llegó corriendo y tropezó con una de las jambas de la puerta, cayendo al suelo; Edgar echó la cabeza para atrás lo máximo que le permitía su flexible cuello; uno de los peces murió y el otro dejó una estela de burbujas tras de sí. El viejo entreabrió la boca, fabricó un sonido extraño y salió de la maternidad.
१५ --------------------------------------------------------------------------------
La historia de un perdedor. Bueno, más bien de un hombre serio, que además trata de aparentarlo y que no lo consigue. Al final resulta ridículo, pues tampoco logra actuar con el porcentaje de gravedad que desearía. Y siempre, en el peor momento de todos, pronuncia eso de "¿el servicio de caballeros?".
La última vez estuvo de visita en una academia militar. El tentempié de bienvenida le había dejado en una situación urinaria angustiosa: durante horas pensó en manantiales, en caudalosos ríos, en descensos de rápidos e incluso en aborígenes amazónicos construyendo una canoa de madera. Mientras, veían las habitaciones de los aspirantes a oficial (estancias de "confort adecuado", según el guía) donde sobraba todo salvo la cama. Luego bajaron unas escaleras cuadriculadas con el pelo cortado a cepillo y llegaron a las puertas del salón de actos. Allí había baño, allí existía el cielo.
Se lavaba un poco las manos cuando oyó cerrar con llave el portón que daba al pasillo, así que no se secó y salió corriendo hacia la salida, ya dramáticamente cerrada. El grupo había abandonado el salón de actos para siempre y él iba a ser el único ser vivo en aquel patio de butacas a oscuras. Con la luz apagada, sereno y perdedor, comenzó a dar golpecitos en uno de los cuadrados de cristal de la puerta, que tenía muchos. Y así, para no aburrirse, fue turnando los golpes entre los cuadrados mediante un sistema aleatorio. De repente oyó pasos acelerados detrás, en el pasillo, donde había luz, paredes beis y militares: una señora de la limpieza. Muda.
No conseguía entenderse con la mujer, que chillaba y se aproximaba a los cristales cuadrados. Él retrocedió con un poco de miedo, fruto de ver las encías de la muda vibrar bajo unos ojos demasiado vidriosos y fuera de sus órbitas. Dijo que estaba tranquilo, que le gustaba la oscuridad, que no se preocupara, que esperaría detrás de la puerta. La señora echó a correr violentamente; diez minutos después expulsaba babas de emoción agarrada al militar que giraba la llave.
Entornó los ojos al salir al pasillo. Vio al resto del grupo esperando con expresión graciosa en la cara. Enseguida cayó en la cuenta: a ellos también les habría gustado ir al baño.
१४ --------------------------------------------------------------------------------
Cuando escribir se convierte en el relato de mi propio desinterés y fascinación continua: una amable señora en forma de contradicción que limita mis palabras, reblandeciendo cualquier oportunidad de mantenerme firme en algo.
Y en mi cabeza no hay nada más que los tiempos modernos que pasan y se miman deprisa. ¿Tienes algo para la tos?
१३ --------------------------------------------------------------------------------
Tenía que agacharse para cruzar el umbral de las puertas. Y los cruzaba a diario. Hace unos meses entró en un edificio lleno de aulas donde se trataban adicciones a diversas cosas: a la risa, a los palíndromos, a ir al baño, etcétera. Había de todo.
Él entró a una, no recuerdo cuál. La habitación estaba a oscuras y, después de agachar la cabeza, separó el brazo derecho de su cuerpo y tanteó la pared en busca de un interruptor: enseguida se hizo la luz. El aire cargado del aula le hizo contraer la cara. No había ninguna silla o algo que se le pareciera. Sólo al fondo, apoyado en la pared, permanecía un enano. Era calvo y vestía ropa ridícula.
Cuando dio un paso para cruzar el umbral de la puerta, el enano lo miró con unos ojos enormes y una sonrisa que enseñaba todos los dientes. De improviso, el enano corrió hacia él. No tuvo tiempo de reaccionar: lo tenía justo delante, a la altura de su cintura, con la misma sonrisa desagradable. Y le agarraba tan fuerte la entrepierna que su voz falló. El enano le clavaba los ojos en los suyos, el sudor le brillaba en la frente, los dientes en línea.
No sé si se enamoraron, pero ninguno de los dos se movió de aquel umbral en medio de la nada, torturándose y mirándose a los ojos.
१२ --------------------------------------------------------------------------------
Carta desde el destierro: cariño, te escribo desde el destierro. Este lugar está bastante bien, no hay casi nadie, veo a dos beduinos a lo lejos. Aquí no tengo taras ni nadie que me haga tenerlas. Pero echo en falta tus problemas, necesito problemas.
Me acuerdo de que un día te dije que no sabías hacer huevos fritos sin que te oliera el pelo a restaurante barato y te enfadaste, incluso se lo contaste a tu madre. Ella me miró mal: todo el cariño almacenado en tres años se esfumó en unos segundos de mirada. Tú subiste para arreglarte y tardaste un poco más de lo habitual. Te habías peinado horrible, ¿qué hiciste? Salimos de casa, no me despedí de tu madre, vimos escaparates y tomamos café. No dijimos nada durante todo el rato. Ojalá no desayunáramos huevos.
Aquí insisten en que pruebe las albóndigas de camello. Trato de explicarles que quiero oler a huevos fritos, que quiero hastío, que quiero problemas. Y ellos no hacen nada salvo dejarme por caso perdido, abandonando mis taras. Me siento meridional, cariño... y no sé qué hago desde el destierro.
११ --------------------------------------------------------------------------------
Sr. X: -Cutre y Ruina son amigos, imbéciles y futuros reponedores de supermercado.
Sr. Y: -Coincido.
Sr. X: -Pues los he visto besarse.
Sr. Y: -Entonces no son amigos-amigos.
Sr. X: -Pero son imbéciles.
Sr. Y: -¿Qué tiene que ver eso ahora?
Sr. X: -¿Qué mas da si lo son?
Sr. Y: -Yo soy reponedor de supermercado.
Sr. X: -¿Te besas con ellos?
Sr. Y: -Soy otra clase de imbécil.
Sr. X: -¿Eres un poquillo sarasa, campeón?
Sr. Y: -Prefiero reponer cajas de zumo de piña.
१० --------------------------------------------------------------------------------
Prometo que fue horrible, sangrante. Estuve cerca de morir de aburrimiento, allí, dos meses entre intelectuales. Nada de gafitas ni calvas relucientes, sino unos pelos realmente llamativos y unas tristísimas camisetas de "Salvar la adormidera". Me callé. Al parecer lo de defender algo les importaba. Yo iba de tonos oscuros todos los días y casi sonándome los mocos con las ojeras.
No sé qué estuvimos hablando durante aquellos dos meses. Sólo recuerdo que fuera de la sala donde solíamos reunirnos hacía mucho frío y que al lado de la máquina de café había un hámster enjaulado, tan gordo que no se podía mover. Todas las mañanas me quedaba un rato mirándolo, siguiendo el arriba y abajo de su panza peluda; aquel ruidito de la respiración. Y metía el dedo meñique entre los barrotes oxidados y él lo miraba. Un día se me ocurrió llevar harina y echársela al hámster por encima hasta enterrarlo, pero me dije que era un gordo digno y que me gustaba pensar que se pudiera comer hasta las adormideras. Vivió, vivió.
९ ---------------------------------------------------------------------------------
Antes de subir las escaleras, se agarra con la mano derecha a la barandilla y echa la cabeza para atrás hasta que nota el pelo en su nuca. Cuando flexiona la pierna derecha para salvar el primer escalón, recuerda el trato frío de las instituciones, el relleno de su perro de peluche sin un brazo, el culo enorme de la mexicana que limpiaba los baños del aeropuerto, los dientes planos de aquel viejo que parecía un oompa loompa, el desarraigo como concepto y sus lloriqueos con el viento secándole las lágrimas oh y las hojas del otoño cayendo Dios qué tristeza oh y la incomprensión oh mis llantos. Entonces, justo después de recordar el último suspiro, le da miedo y echa la pierna para atrás. Le entra un escalofrío, eructa flojo y se le nubla un poco la vista.
Camina pesadamente a la cocina, mira las marcas de los dedos grasientos al lado del asa de la puerta del frigorífico y desiste. Vuelve sobre sus pasos, hacia las escaleras. No se atreve a levantar la pierna o no se acuerda. Se le tuercen los ojos, finge un ataque epiléptico, se tira al suelo vamos qué circo no tiene sentido venga por favor y se rasca la axila, buscando su relleno de pelusa.
Pero lo más que salió fue un pájaro contrahecho, medio ahogado y suplicando morir.
८ ---------------------------------------------------------------------------------
Tiro de la cadena del váter, me lavo las manos y salgo a la habitación. Estás sentada en la cama mirando a la izquierda y a punto de resoplar.
Cariño, déjame que lo arregle. Se me saltan las lágrimas mientras te lo digo, cariño. Cariño. Venga, te besuqueo y te meto sin querer la lengua por la nariz; espero que no te importe, sabes que voy a la desesperada, cariño. Creo que te acaricio demasiado fuerte el cuello, te tiro del pelo y a ti parece que te da igual. Estás preciosa, cariño, te quiero. Sollozo dentro de tu boca, pero aguanto para seguir besándote. Ahora voy por tu cuello. Es patético, cariño: dejo un rastro deprimente de babas y mocos. Sé que no me soportas; ¿te he dicho que te quiero, cariño? Claro, está bien si te vas a casa dentro de un momento, haremos lo que tú digas. Pero déjame que lo arregle, cariño.
Besándote el cuello lamo mis propios mocos. No me castigues, cariño. Me muero. Estás preciosa, cariño.
७ --------------------------------------------------------------------------------
Se aburría. Veía lodo por todas partes, así que vació su casa de muebles, libros y comida. Pintó de nuevo las paredes de blanco y, cuando se secaron, eligió una esquina. Allí se sentó tanto tiempo que el yeso le cubrió el cuerpo.
Sigue con los ojos cerrados. Y aún se le ve la bragueta abierta.
६ ---------------------------------------------------------------------------------
"Podía ver la sangre fluir, podía ver la sangre fluir". Enloqueció pronunciándolo todos los días a la salida del colegio. Era una especie de rito, se lo tomaba en serio: cuando estuvo enfermo bajó a la calle con la bata de casa y el vaso de leche, caminó hasta el colegio y a la salida, asustando a madres y perros, lo dijo sin mucho miramiento. Un perro se desmayó y a una madre le crecieron ojeras.
५ ---------------------------------------------------------------------------------
La criada: un hombre de 58 años, gordo pero de extremidades sutiles y vergonzosas, con una especie de pelusilla blanca y uniforme como pelo, barba poblada y cara de sufrir algunas decenas de vejaciones al día.
Los señores disertaban borrachos en el salón, sentados en los sillones de orejas. El brandy les quemaba las bocas y los fonemas amorfos que salían de ellas. El anfitrión llamó a voces a la criada, que entró arrastrándose por la alfombra haciendo no sé qué reverencias. Le ordenó que se pusiera en medio de ellos. Y así le dijo: "Tú, Jorge, la del cutis fino: si tu ojo izquierdo fuera un ojal y tu ojo derecho un botón, te los ataría para que fueras mi cíclope favorito. Y te amaría día y noche". La criada parpadeó, tosió, fue a decir algo, pero sólo se restregó los ojos.
४ ---------------------------------------------------------------------------------
Antes de subir las escaleras, se agarra con la mano derecha a la barandilla y echa la cabeza para atrás hasta que nota el pelo en su nuca. Cuando flexiona la pierna derecha para salvar el primer escalón, recuerda el trato frío de las instituciones, el relleno de su perro de peluche sin un brazo, el culo enorme de la mexicana que limpiaba los baños del aeropuerto, los dientes planos de aquel viejo que parecía un oompa loompa, el desarraigo como concepto y sus lloriqueos con el viento secándole las lágrimas oh y las hojas del otoño cayendo Dios qué tristeza oh y la incomprensión oh mis llantos. Entonces, justo después de recordar el último suspiro, le da miedo y echa la pierna para atrás. Le entra un escalofrío, eructa flojo y se le nubla un poco la vista.
Camina pesadamente a la cocina, mira las marcas de los dedos grasientos al lado del asa de la puerta del frigorífico y desiste. Vuelve sobre sus pasos, hacia las escaleras. No se atreve a levantar la pierna o no se acuerda. Se le tuercen los ojos, finge un ataque epiléptico, se tira al suelo vamos qué circo no tiene sentido venga por favor y se rasca la axila, buscando su relleno de pelusa.
Pero lo más que salió fue un pájaro contrahecho, medio ahogado y suplicando morir.
८ ---------------------------------------------------------------------------------
Tiro de la cadena del váter, me lavo las manos y salgo a la habitación. Estás sentada en la cama mirando a la izquierda y a punto de resoplar.
Cariño, déjame que lo arregle. Se me saltan las lágrimas mientras te lo digo, cariño. Cariño. Venga, te besuqueo y te meto sin querer la lengua por la nariz; espero que no te importe, sabes que voy a la desesperada, cariño. Creo que te acaricio demasiado fuerte el cuello, te tiro del pelo y a ti parece que te da igual. Estás preciosa, cariño, te quiero. Sollozo dentro de tu boca, pero aguanto para seguir besándote. Ahora voy por tu cuello. Es patético, cariño: dejo un rastro deprimente de babas y mocos. Sé que no me soportas; ¿te he dicho que te quiero, cariño? Claro, está bien si te vas a casa dentro de un momento, haremos lo que tú digas. Pero déjame que lo arregle, cariño.
Besándote el cuello lamo mis propios mocos. No me castigues, cariño. Me muero. Estás preciosa, cariño.
७ --------------------------------------------------------------------------------
Se aburría. Veía lodo por todas partes, así que vació su casa de muebles, libros y comida. Pintó de nuevo las paredes de blanco y, cuando se secaron, eligió una esquina. Allí se sentó tanto tiempo que el yeso le cubrió el cuerpo.
Sigue con los ojos cerrados. Y aún se le ve la bragueta abierta.
६ ---------------------------------------------------------------------------------
"Podía ver la sangre fluir, podía ver la sangre fluir". Enloqueció pronunciándolo todos los días a la salida del colegio. Era una especie de rito, se lo tomaba en serio: cuando estuvo enfermo bajó a la calle con la bata de casa y el vaso de leche, caminó hasta el colegio y a la salida, asustando a madres y perros, lo dijo sin mucho miramiento. Un perro se desmayó y a una madre le crecieron ojeras.
५ ---------------------------------------------------------------------------------
La criada: un hombre de 58 años, gordo pero de extremidades sutiles y vergonzosas, con una especie de pelusilla blanca y uniforme como pelo, barba poblada y cara de sufrir algunas decenas de vejaciones al día.
Los señores disertaban borrachos en el salón, sentados en los sillones de orejas. El brandy les quemaba las bocas y los fonemas amorfos que salían de ellas. El anfitrión llamó a voces a la criada, que entró arrastrándose por la alfombra haciendo no sé qué reverencias. Le ordenó que se pusiera en medio de ellos. Y así le dijo: "Tú, Jorge, la del cutis fino: si tu ojo izquierdo fuera un ojal y tu ojo derecho un botón, te los ataría para que fueras mi cíclope favorito. Y te amaría día y noche". La criada parpadeó, tosió, fue a decir algo, pero sólo se restregó los ojos.
४ ---------------------------------------------------------------------------------
Y yo estaba ahí en medio. El viejo se ponía morado y en cada tos parecía que se le iban a salir todos los alveolos de golpe, como si fuera un esturión diciendo adiós a sus huevas. El asunto era jodido, y apreté los labios hacia dentro y luego alcé las cejas con gesto preocupado cuando la hija vino con el vaso de agua y me miró. Qué vaso de agua ni qué narices, pensé, el viejo necesitaba expulsar sus huevas.
La familia rodeaba al abuelo; yo seguía pensando en peces y en mágicas escenas de pesca. Las toses se silenciaron y el griterío dio paso a la calma y después a comentarios estándar sobre la salud del anciano. Mi cabeza iba a estallar y el viejo había decidido no dar más espectáculo. "¿Y las huevas?", murmuré. Entonces él terminó su vaso de agua, lo separó de sus labios, me miró y, con unas lágrimas sin importancia en sus pómulos, me sonrió.
३ ---------------------------------------------------------------------------------
Este viaje me está matando. El sol se oculta tras las montañas en unos segundos y no me da tiempo a decirle a mi perro lo de qué bello atardecer. Ni si quiera un uy, la luz rojiza (¿te acuerdas de aquella tarde en la costa de Liguria occidental, cariño?) se refleja en tu Cutty Sark. Cuarenta segundos para estornudar, darle un trago al café y bostezar mientras los ojos lloran; para parpadear once veces, sonreír notando que se resquebrajan los labios y, finalmente, ladrar "qué bonito" mientras mi perro conduce. Yo sólo soy el copiloto que ladra. El sol ya ha desaparecido.
En Liguria occidental, cariño, al lado del mar. En aquel hotel de Sanremo que aceptaba perros. "Guau", le dije al botones; "oye, monada", me contestó. ¿No te acuerdas, cariño? El sol tardó años en esconderse tras el mar. Tú sólo bebías whisky con una pose perruna envidiable. Sacaste lo peor de ti. A partir de ese momento fui tu copiloto y tu perro.
Este viaje me está matando. El sol se oculta tras las montañas en unos segundos y no me da tiempo a decirle a mi perro lo de qué bello atardecer. Ni si quiera un uy, la luz rojiza (¿te acuerdas de aquella tarde en la costa de Liguria occidental, cariño?) se refleja en tu Cutty Sark. Cuarenta segundos para estornudar, darle un trago al café y bostezar mientras los ojos lloran; para parpadear once veces, sonreír notando que se resquebrajan los labios y, finalmente, ladrar "qué bonito" mientras mi perro conduce. Yo sólo soy el copiloto que ladra. El sol ya ha desaparecido.
En Liguria occidental, cariño, al lado del mar. En aquel hotel de Sanremo que aceptaba perros. "Guau", le dije al botones; "oye, monada", me contestó. ¿No te acuerdas, cariño? El sol tardó años en esconderse tras el mar. Tú sólo bebías whisky con una pose perruna envidiable. Sacaste lo peor de ti. A partir de ese momento fui tu copiloto y tu perro.
२ ---------------------------------------------------------------------------------
Y más cosas que se podrían añadir a este post del futuro, siempre en construcción. Escribo desde 2010, habiendo tecleado con pena y Jolgoria (afamada mujer de Jolgorio) durante cuatro años en este rincón de internet. Digo que hoy, 10 de octubre de 2010 a las 10:10 a.m., está completamente nublado; un GMC no termina de arrancar ahí fuera; vuelvo a tener ganas de ir al baño. Una camarera más bien de teta escueta (nada de pechugas fílmicas) me acaba de sonreír detrás de la barra. Yo sólo trato de beber café sin poner caras.
De camino a Chattanooga, Tennessee. A ver el percal.
१ ---------------------------------------------------------------------------------
Cutre.
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